martes, 22 de abril de 2008

Anarquismo en el siglo XX

Es probable que el anarquismo no hubiese pasado de ser una simple especulación teórica de no haber existido una serie de activistas que lo impulsaran creando organizaciones vinculadas al movimiento obrero con la pretensión de destruir la sociedad capitalista y el Estado, y cuya fuerza se manifestó desde la segunda mitad del siglo XIX.

Durante el período de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) las posturas anarquistas estuvieron representadas por los seguidores del revolucionario ruso Mijaíl Bakunin. Sin embargo, sus posturas chocaron con las expuestas por los socialistas seguidores de Karl Marx y, en el V Congreso de la AIT celebrado en La Haya en 1872, los anarquistas fueron expulsados de la Internacional. Desde entonces el socialismo y el anarquismo han discrepado de un modo frontal, aunque ambas ideologías partan de su radical negación del capitalismo. Los anarquistas continúan en desacuerdo con los socialistas por la importancia que le conceden a la libertad del individuo por encima de cualquier limitación, sobre todo, por parte del Estado.

Esta situación y la muerte de Bakunin en 1876 provocaron una dispersión de los grupos anarquistas y una radicalización de sus posturas, que pasaron a defender la llamada “propaganda por el hecho”. Ello provocó una oleada de atentados terroristas que pretendían movilizar una sociedad aletargada. Magnicidios como los de Humberto I, rey de Italia, William McKinley, presidente de Estados Unidos, Jorge I, rey de Grecia y del presidente de Francia Marie François Sadi Carnot, así como otros atentados indiscriminados, fueron expresión de esta orientación estratégica y generaron entre la opinión pública la identificación entre anarquismo y
terrorismo.

España fue uno de los países donde esos atentados fueron más relevantes. El propio rey Alfonso XIII sufrió varios atentados; el más importante se produjo el día de su boda, en mayo de 1906, cuando una bomba lanzada por Mateo Morral provocando varios muertos entre el público asistente.


Desde una perspectiva histórica España fue el otro punto donde el anarquismo arraigó con más fuerza e intensidad. En 1870 quedó constituida inicialmente la Federación Regional Española (FRE) de la AIT, y la prensa obrera empezó a difundirse a través de La Federación de Barcelona o La Solidaridad de Madrid, aunque aún eran organizaciones clandestinas. El triunfo de los anarcosindicalistas frente a los partidarios de “la propaganda por la acción” se manifestó en la creación, en 1881, de la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE) que acabó disolviéndose tras la dura represión que sufrió después de las actividades de grupos como Los Desheredados o la llamada Mano Negra, descalificados incluso por la propia FTRE.


A comienzos de siglo XX en Cataluña se crea Solidaridad Obrera, de carácter anarcosindicalista. Su actividad vino marcada por los intentos de los anarquistas partidarios de la lucha armada por controlar sus actividades, como respuesta a los atentados que sufrieron por parte de pistoleros de la patronal catalana en la década de 1920, dirigidos por el general Martínez Anido y la fuerte represión durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1930).


En 1927 y en una reunión secreta celebrada en Valencia se constituyó la Federación Anarquista Ibérica (FAI) como vanguardia revolucionaria del movimiento anarquista. Pero nunca fue una organización centralizada en la CNT sino una serie de grupos que actuaban sin cohesión.


Un destacado anarquista español, Juan García Oliver, declaró al comienzo de la década de 1930 que pretendía “eliminar a la bestia que hay en el hombre”.


Por aquella época, casi millón y medio de trabajadores españoles eran anarquistas pero los afiliados a las organizaciones no pasaban de 200.000. Durante la Guerra Civil española (1936-1939) los anarquistas participaron en los gobiernos central y catalán. Sus experiencias colectivistas agrarias sucumbieron ante la oposición de otras fuerzas políticas de la II República, como el Partido Comunista, partidario de un gobierno fuerte y centralizado que permitiera ganar la guerra.

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